CRÓNICA

El club de las valientes sin velo

Actualizado

Así es el movimiento internacional de musulmanas que han decidido renunciar al velo. Una suerte de club al que se están uniendo cada vez más mujeres que consideran la prenda un signo de sumisión.

La saharaui Nasara Mah

Corría 1923 cuando Hoda Shaarawi, recién regresada de un reunión feminista en Roma, renegó del velo. Sucedió a plena luz del día, en la estación de tren de El Cairo, entre el revuelo de los transeúntes y la reacción entusiasta de las mujeres que se habían congregado para recibirla. Cerca de un siglo después, la revolución de la madre del feminismo árabe sigue siendo una utopía en las calles del mundo musulmán.

Marwa Helmi, egipcia como Hoda, llevaba años barruntando la idea de renunciar al hiyab (pañuelo islámico). «No podía mirarme al espejo. No sabía quién era. No era capaz de identificarme conmigo misma y tampoco sabía qué estaba haciendo con mi vida», relata a Crónica esta joven de 34 años, con tres lustros enfundada en la prenda que sus defensores consideran sinónimo de moralidad. «Tenía claro que no me gustaba llevarlo pero me daba miedo las reacciones de la gente. Decidí quitármelo por primera vez fuera de Egipto, entre desconocidos para probar si era lo que verdaderamente quería. Viajé a Beirut y fue allí donde renuncié al hiyab. No puedo olvidar lo que sentí. No es cuestión de velo sino de libertad, de poder tener el control sobre la propia vida», arguye Marwa. «Regresé a casa sin velo y se acabó. Recuerdo aquel instante perfectamente porque es el principio de mi vida. Desde entonces decidí vivir con todo lo que eso significa».

La valentía de Marwa no es una excepción. Tras décadas de conservadurismo que ha modelado Oriente Próximo, un movimiento ha comenzado a fraguarse entre las musulmanas del mundo. Un club, aún reducido, que se levanta pacíficamente contra los guardianes de la ortodoxia islámica.

La iraní Masih Alinejad

Al quitarme el hiyab me sentí más poderosa

Masih Alinejad

Allende fronteras e idiomas, la guerra contra el hiyab suma cómplices públicamente a golpe de etiquetas como FreeFromHijab (Libres del hiyab, en inglés) o discretamente, con el ajuste de cuentas de armarios y vestimentas. En ambos casos, dejando la melena al aire. «El hiyab es una herramienta diseñada para mantener mi cuerpo secuestrado que permite a los hombres y a los gobiernos usurpar la identidad de las mujeres», replica a este suplemento Masih Alinejad, la iraní transfigurada en uno de los rostros internacionales de esta red en construcción. «Cuando te obligan a llevar hiyab, se convierte poco a poco en parte de tu cuerpo. No resulta nada fácil quitárselo de la noche a la mañana. A mi llevó un tiempo pero, en cuanto lo hice y noté el viento en mi pelo, me sentí más poderosa y pensé que aquella era mi verdadera identidad. Fue el primer paso para luchar por el resto de mis derechos en mi vida, en mi familia, en mi pueblo, en el periódico que trabajaba y en mi sociedad», evoca.

Un proceso de transformación contra viento y marea que tuvo un precio. «Mi padre dejó de hablarme y la policía de la moral me arrestó y me interrogó durante horas. Es una experiencia similar a la que a diario se enfrentan otras iraníes», reconoce Masih. A Marwa, en cambio, fue su vecindario quien levantó, de repente, trincheras y le declaró la guerra.

«Muchos hombres creen que el mensaje que lanza una chica que se quita el velo es que todo está permitido. No podía salir a comprar o tomar un taxi. Algunos vecinos del bloque me insultaban. Tuve que mudarme a otro barrio donde nadie conociera mi anterior apariencia», narra.

Yasmine Mohamed, canadiense de raíces egipcias.

Por la noche me quitaba el velo. Sentí que vivía una doble vida y me cansé de fingir

Yasmine Mohamed

Para Yasmine Mohamed, una canadiense de raíces egipcias y una combativa activista contra el hiyab, la consecuencia directa de desvelarse fue hacerse prófuga de su familia. «Durante tres años lo llevaba delante de mi familia y mi comunidad musulmana. Por la noche me lo quitaba. Sentí que vivía una doble vida y me cansé de fingir. El día que tuve el valor de quitármelo delante de la persona más difícil de mi vida y la última en enterarse, mi madre, lo que recibí fue insultos. Me dijo que no era su hija y que me mataría antes de que renunciara al islam. Era muy conservadora y su amenaza me la tomé en serio. Sabía que era capaz», confiesa. «Así que lo siguiente que hice fue agarrar a mi hija y escapar. Cambiamos de nombre y nos mudamos a otra ciudad. Desaparecimos del mapa. No he vuelto a tener ningún contacto con mi madre».

En España

Násara Mah, saharaui afincada en Cádiz, suena firme. Sigue retando a las miradas que le recriminan que no luzca la melfa, la vestimenta tradicional con la que se cubre la población femenina de la ex provincia española que, 44 años después de la invasión de Marruecos, sigue aguardando la descolonización. «Vengo de una sociedad en la que el velo es impuesto, como en Irán y Arabia Saudí. Las razones por las que me tengo que velar son básicamente para no pervertir al hombre. La mujer es un ser impuro. El velo es un elemento misógino que significa que yo soy un ser culpable y por tanto me tengo que esconder», argumenta la joven de 26 años, licenciada en derecho y una de las voces del feminismo árabe en España.

El velo es incluso más sagrado que la virginidad

Nasara Mah

«El velo es un tema tabú. Me han llegado a decir: 'ponte la melfa y luego habla'. Es incluso más sagrado que la virginidad. Las mujeres lo tenemos tan interiorizado que, cuando se aborda el asunto, se tocan nuestras venas. Es una prenda que nos han santificado desde pequeñas», declara Násara, quien asegura no entender a las occidentales que aceptan el hiyab.

«Creo que toman esa decisión por ignorancia. No saben lo que significa vivir en una sociedad que te hace amar el velo». La veinteañera presume de haber logrado concienciar a su familia para que respete su decisión pero continúa recibiendo la censura de otras musulmanas. «Me han acusado de ser islamófoba, eurocéntrica, occidentalizada, renegada y de buscar el aplauso de los occidentales».

Los cuatro testimonios que cambiaron los renglones dictados de su biografía no se arrepienten, por muchas consecuencias que precipitara el acto de desvelarse ante los demás. «Fue una de las decisiones más felices de mi vida que debería haber tomado mucho antes», dice Marwa mientras esboza una sonrisa amplia y contagiosa. El club que Shaarawi abrió hace 96 años, dejando que el viento meciera su cabello, sigue sumando socias. «Las musulmanas de Oriente Próximo, desde Irán a Arabia Saudí y otros países de la región, están dando vida a un verdadero movimiento feminista que rechaza el uso de una prenda obligado por los gobiernos, una sociedad dominada por hombres o la familia», celebra Masih. «Es un oleada de resistencia que, por desgracia, no está teniendo la solidaridad del movimiento feminista global. Las hermanas están demasiado calladas», denuncia la iraní.

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