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Abusos en la infancia: empiezan a los 11 años, la víctima es una niña y el agresor es del entorno y no tiene antecedentes

Un análisis de 389 sentencias elaborado por Save the Children revela que tres de cada cuatro procesos tardaron más de dos años en resolverse y critica que no haya juzgados especializados, pese a lo previsto en la ‘ley Rhodes’

Una niña oculta su rostro, en una foto de archivo.
Una niña oculta su rostro, en una foto de archivo.Israel Sebastian (Getty Images)
María Sosa Troya

Los abusos sexuales rompen la infancia y las víctimas no solo tienen que recomponerse de ese horror, sino que además se enfrentan a un sistema que no las protege lo suficiente. Un informe de Save the Children publicado este jueves analiza 389 sentencias judiciales y constata que el 80,3% de las víctimas son niñas o chicas adolescentes y que la edad media a la que empiezan los abusos está alrededor de los 11 años. También permite concluir que los agresores son en un 82,9% de las ocasiones alguien de su entorno, bien familiar o conocido, y que el 67,2% no tiene antecedentes. Catalina Perazzo, directora de incidencia política y social de la entidad, va más allá: “El 96% de las personas abusadoras no tenía antecedentes por delitos sexuales. Esto liga con el mito de que son monstruos y seríamos capaces de identificarles, que si ocurriera en nuestro entorno nos daríamos cuenta, pero no siempre es así”. A esto se añade que, dos años después de que se aprobara la conocida como ley Rhodes —en referencia al pianista británico James Rhodes, que sufrió abusos en su niñez—, que mandataba a instaurar juzgados especializados en violencia contra la infancia, estos siguen sin crearse. Tres de cada cuatro casos analizados tardaron más de dos años en resolverse.

La realidad que refleja el informe, el tercero que Save the Children elabora tras analizar sentencias judiciales sobre delitos sexuales contra menores de edad, es estructural. Tanto es así, que las principales conclusiones sobre el perfil de las víctimas y de los agresores se mantienen. En 2021, según los últimos datos disponibles del Ministerio del Interior, casi la mitad de las denuncias presentadas por delitos sexuales tuvieron a menores como víctimas. Fueron 8.317, pero la entidad estima que solo el 15% de los casos se denuncian. Así que el problema es mucho mayor de lo que reflejan los datos. “La situación no ha mejorado, o no lo suficiente. Los adolescentes, sobre todo niñas, siguen sufriendo abusos sexuales en la infancia por parte del entorno conocido, en muchas ocasiones la familia, y la justicia sigue sin estar especializada o adaptada a sus necesidades”, apunta Perazzo.

Carmen Corrales, que lo ha sufrido, lo corrobora en la conferencia de prensa en la que se ha presentado el informe. Tiene 26 años y fue víctima de abusos entre los 10 y los 14. El mismo intervalo de edad que en más de la mitad de las víctimas de los casos que ha analizado Save the Children. En cuatro de cada 10 sentencias estudiadas, el autor era de la familia. La entidad no puede detallar quiénes eran todos los agresores, pero especifica que muchas veces es el propio padre o la pareja de la madre. El agresor de Carmen fue su abuelo materno. Ella, que es de Vejer de la Frontera (Cádiz), denunció a los 17 años. Acudió junto a sus padres y la hermana, a la que se atrevió a contarle “el secreto” que su abuelo la había obligado a guardar durante años. Para entonces, estaba totalmente hundida. Cuenta que él le decía que aquello era normal y ella, que lo quería y confiaba en él, estaba indefensa. Tuvo que declarar cinco veces. Dos en la Guardia Civil, dos ante médicos forense y una ante una jueza.

“Fuimos a denunciar a mi pueblo y me mandaron al de al lado. La respuesta de uno de los agentes fue que si me había acordado en ese momento, que por qué había tardado tanto”, recuerda Carmen. “Una víctima que acaba de contar lo que le ha pasado durante tantos años, que ha estado tanto tiempo callada, cuya familia se acaba de enterar… pienso que es un poco brusco”. Brusco como poco. Dice que la primera experiencia fue “nefasta”. Pero no solo eso. “Cada vez que salía [de declarar] era como si fuera un zombi, no podía apenas hablar ni andar. Me dejaba destrozada”. Y la justicia, en su caso, “no llega”. “Llevo ocho años y medio esperando un juicio”, se queja. “Está ahí como archivado”, añade, “al final la condena quien la lleva es la víctima”.

Un calvario

Ese es el “calvario” que denuncia Save the Children. Las 389 sentencias analizadas, con 478 víctimas, corresponden a los años 2021 y 2022 y, además de la información a nivel nacional, se dan datos para Andalucía, Cataluña, Madrid, Comunidad Valenciana y País Vasco. En el 88,3% de los casos acabaron con condena. Hubo 56 absoluciones, 38 por falta de pruebas. En el informe anterior, con resoluciones judiciales de 2019 y 2020, se informaba de que el 67,3% de los procesos se habían resuelto a los dos años. Ahora solo el 23,5% lo hace en este periodo. La amplia mayoría se dilata, por tanto, más de lo deseable, en unos casos en los que las víctimas son especialmente vulnerables. Además, Save the Children critica que hay menores “que siguen teniendo que declarar más de una vez, llegando a hacerlo antes del juicio hasta tres veces, en la policía, la Fiscalía y el juzgado”.

La entidad también señala que solo en un cuarto de las sentencias se especifica que se realizó una prueba preconstituida, que consiste en grabar la declaración de la víctima durante la fase de instrucción para que posteriormente esta no deba testificar de nuevo en el juicio, exponiéndose a revivir su dolor. Esta declaración se realiza ante personal especializado, normalmente del ámbito de la psicología, y con todas las garantías judiciales. En la mayoría de las resoluciones analizadas no se especifica si se aplicó o no. La Ley Orgánica de Protección de la Infancia y de la Adolescencia frente a la Violencia, conocida como ley Rhodes, instauró la obligación de esta prueba para todos los menores de 14 años. Perazzo explica que en el 18,6% de las sentencias en las que se recoge que se practicó esta prueba se apunta también que, además de existir una grabación, los menores tuvieron que declarar en el juicio.

Evitar la revictimización

Perazzo considera fundamental evitar la revictimización. “Esta se produce cuando al niño o la niña se les está, por un lado, haciendo repetir el testimonio en numerosas ocasiones y ante distintas personas, pero también incluso en cómo se realiza esta entrevista. No todas las personas que recogen esa información están especializadas. Cada vez más, pero no siempre. Y eso produce un sufrimiento adicional respecto a lo que han vivido”, expone la experta. No solo tienen que repetirlo, sino que hay veces en que hasta “se duda de lo que dicen”. Esto es especialmente importante porque el testimonio es la principal prueba en la mayoría de los casos de abusos sexuales, de hecho es la única en muchos de ellos. Cuando pasa tiempo entre una declaración y otra, algo común entre la denuncia, la declaración en la fase de instrucción y el juicio, es posible que los niños cuenten lo ocurrido de manera distinta, o incluso que haya contradicciones, una vez que los menores han procesado lo ocurrido o incluso se han sometido a terapia, prosigue Perazzo.

La experta explica que la ley aprobada hace dos años ordena la creación de protocolos en todos los ámbitos en los que se mueve la infancia, desde el educativo al judicial, para protegerles. “En el primer informe que hicimos [en 2017], explicábamos lo que ocurre y no debería ocurrir. Se producía una revelación en el colegio, la profesora llamaba a la directora, la directora a la madre, esta a la policía... y el niño tenía que contar lo sucedido una y otra vez. La ley de protección a la infancia prevé que haya profesionales especializados y que sepan que en cuanto hay un indicio se puede poner en marcha el mecanismo para que no deba pasar por todo esto”, indica. Una cosa es denunciar que han existido abusos y otra, exponerse a ofrecer una detallada declaración una y otra vez.

Perazzo dice que le consta que ha habido avances en estos dos años, por ejemplo, en la formación en la escuela judicial. Sin embargo, son insuficientes. “En la pasada legislatura hubo tres proyectos de ley que iban a reformar el sistema de justicia y que podrían haber servido para incluir la especialización, pero han decaído”. Espera que el nuevo Gobierno cree juzgados especializados en violencia contra la infancia, lo cual implicaría una Fiscalía específica y que haya formación inicial y constante de los operadores jurídicos. Y no solo para ellos, sino para las familias y los niños, la educación afectivo-sexual es fundamental para que puedan reconocerse como víctimas. Perazzo también aboga por implantar en todas las autonomías el modelo nórdico Barnahus, que significa casa de los niños en islandés, y que permite la atención integral, ya que todas las instituciones que intervienen en un caso de abuso sexual infantil se coordinan para evitar la revictimización. La primera se abrió en Cataluña en 2020 y ya hay siete autonomías que han seguido sus pasos. Incluso hay un proyecto entre la Unión Europea y el Consejo de Europa en España, en colaboración con el Ministerio de Derechos Sociales, para que se mejore el marco legislativo para introducir este modelo.

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Sobre la firma

María Sosa Troya
Redactora de la sección de Sociedad de EL PAÍS. Cubre asuntos relacionados con servicios sociales, dependencia, infancia… Anteriormente trabajó en Internacional y en Última Hora. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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